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fernandaoteroescri

LA LECCIÓN

Y por primera vez luego de muchísimo tiempo, Alma encontró tiempo para regalarse.

Había estado acostumbrada a demasiados días, meses y años de obligaciones, apuros sin sentido, malestares interminables, días que comenzaban y parecían hacerse más que eternos aun cuando el reloj jamás dejaba de correr.

Sin embargo, hay ocasiones en las que nuestro cuerpo, o nuestra mente, o por qué no los dos juntos, nos dicen que llegó el momento de un cambio. Esos cambios que son tan dolorosos como inspiradores, tan atemorizantes como esperanzadores. Esos instantes en que nos paramos frente al resto del camino y sabemos que llegamos a un punto en el que no es posible retroceder, en el que no podemos sentarnos a esperar, en el que la decisión que tomemos lo cambiará todo para siempre. Irremediablemente.

¿Y qué sentimos ante ese punto de inflexión? Podríamos describirlo de tantas maneras… Hay miedo, incertidumbre, angustia, soledad. Pero también encontramos expectativa, agradecimiento, ilusión, descanso. Todo eso junto y más sintió Alma cuando llegó su momento. Ella sabía, y su cabeza y cuerpo no habían dudado en recordarle, que no podía seguir más subida a esa montaña rusa de emociones, obligaciones e inestabilidad. Su vida pedía a gritos otra cosa. Y su corazón mucho más todavía.

Era demasiado lo que estaba en juego. Porque no estamos hablando de una historia de cuento en la que todo encuentra un final feliz mágicamente sin que siquiera nos preguntemos cómo llegamos a él. Aquí había una realidad repleta de responsabilidades y riesgos. Había una espalda que ya no podía más con tanto peso. Había personas que dependían en un cien por ciento del resultado de su elección. Pero también había una mujer que ya había pasado esa vuelta que nos hace comprender que estamos en la parte de regreso de ese camino, corto o largo según queramos mirarlo, que es nuestra vida. Una mujer que no había sido capaz de alcanzar sus sueños. Una mujer que había sufrido demasiada soledad, demasiado destrato, demasiada humillación a lo largo del camino. Una mujer que una y otra vez había repetido pasos que sabía que nunca más daría. Ya no volvería a mirarse a un espejo sintiendo que no era suficiente para alguien más. Ya nunca más pensaría que en una relación, de cualquier tipo que fuese, siempre era ella la que debía hacer el esfuerzo mayor. Ahora sabía que no tenía por qué hacer mucho más de lo que cualquier persona debería para apenas sentir que estaba llegando a dar lo necesario. Ahora era momento de brillar. Y ese brillo debía resplandecer por fuera pero, sobre todo, iluminarla por dentro.

Alma estaba emocionalmente devastada. No hay palabra que pueda describir con más exactitud su sensación por aquellos días. Miraba hacia el futuro y todo lo que se imaginaba, de pronto, se esfumaba. Sus sueños y anhelos parecían burbujas que, sin siquiera encontrar ninguna espina en el camino, explotaban antes de poder volar al menos por un breve instante. La fortaleza duraba apenas unos minutos. La angustia y la tristeza la invadían durante horas, días. Y así pasaron meses. Y sentía que ya no tenía fuerza para un nuevo intento. Creía que ya no había otra opción. No se imaginaba cómo serían los días venideros cuando todos los caminos que podía ver estaban, literalmente, bloqueados.

No podía seguir afrontando una realidad que no le era suficiente, pero que sin embargo sí le resultaba por completo insoportable. Pero tampoco encontraba ese atajo que la llevara hacia un sendero que le regalara un rayo de luz que la ayudara a pensar mejor. Todo era oscuridad, insomnio, temblores que la invadían sin que pudiese evitarlos, llantos interminables que tampoco lograban aliviarla. ¿Qué quedaba por hacer entonces?

Su única sensación clara era que necesitaba alejarse de todo y de todos. Quería silencio, olvido, descanso. Creía que dormir durante muchos días era lo único que podía intentar ante tanto desasosiego y tanto temor por lo que estaba por venir.

Sin embargo, hubo un momento, que ni ella misma podría identificar, en el que todo de pronto se sacudió tan fuerte que su corazón parecía estar a punto de saltar desde su pecho. Nunca había sentido una sensación ni un poco parecida. Fue como un huracán que no dejó ni uno solo de sus pensamientos ni de sus sensaciones en pie.

Y ahí estaba. Ella sola, como siempre había estado de alguna manera, parada frente a un camino que solamente le mostraba dos modos de seguir adelante. Era el momento de hacer la que era, sin ninguna duda, la elección más difícil de su vida. Alma tenía que decidir si seguir luchando lo que era, claramente, una batalla perdida ante la realidad. O si tomar un nuevo rumbo sin pensar en los riesgos y apostando sólo a un futuro lleno de luz, de sueños cumplidos, de nuevas posibilidades, de días felices, de poder dormirse todas las noches sabiendo que el siguiente sería, siempre, un día lleno de oportunidades.

Y en ese momento Alma no dudó. Alma quiso, por fin, entregarse a ser esa mujer que durante tanto tiempo, tal vez desde siempre, había estado guardada en su interior, sintiendo temor de salir a gritar su verdad, de mostrar su fortaleza, de permitir que el mundo la viera desplegar todo su potencial. Esa mujer que sólo tenía amor y luz para ella y para los demás, esa mujer dueña de una capacidad que jamás había valorado ni expandido, esa mujer decidida a sentirse plena en cada aspecto de su vida desde ese día en adelante.

Y así comenzó Alma a recorrer el camino que la llevó hasta su presente. Un presente lleno de luz a cada instante. Hoy sus días están repletos de magia, porque disfruta cada minuto creando, soñando y logrando,  admirando sus logros y tejiendo más sueños. Hoy su realidad está llena de posibilidades, de desafíos y de metas cumplidas. Hoy sabe que puede, y sabe que ese miedo que la paralizó y la hizo sentir incapaz e impotente ante lo más simple de la vida nunca más se atrevería a intentar acercarse a ella.

Hoy Alma es una mujer plena y feliz. Y cada una de las horas de sus días está colmada de un amor infinito hacia ella misma, hacia ese corazón que tanto dolor soportó y que, sin que ella se diese cuenta, nunca la abandonó y jamás dejó de creer en que sí había un mañana. Hoy Alma ve sus sueños plasmados y aun así no deja de tener nuevas ilusiones e inventar nuevos proyectos. Hoy puede disfrutar de sus afectos y de su vida desde un lugar totalmente distinto. Porque hoy sabe quién es, cuánto vale y cuánto puede. Hoy sí sabe que el resto del camino es la mejor parte. Y no está dispuesta a perder ni un solo momento de este gran viaje que es la vida.

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