Seguramente muchos de nosotros hemos escuchado, o utilizado, en algún momento, el término “responsabilidad emocional” o “responsabilidad afectiva”. Es una expresión que parece haber llegado para quedarse cuando de relaciones se trata.
El interrogante que plantearemos acá, y que queda abierto para que todos hagan sus contribuciones y aporten sus opiniones, es si todos aquellos que lo utilizan lo hacen conscientes de lo que implica, o si simplemente es un escudo ante situaciones en las que prefieren no involucrarse o de las que, a veces, simplemente necesitan huir.
¿Qué significa para cada uno de nosotros la responsabilidad afectiva?
Si yo tuviese que responder, diría que implica actuar de forma tal de estar siempre atento a no herir los sentimientos ni susceptibilidades de la otra persona. Y, desde mi punto de vista, eso significa hablar. El diálogo sincero es siempre la base de toda relación sana. Si cada uno de los que forman parte de esa “pareja” o proyecto de serlo son abiertos en cuanto a lo que sienten, quieren, esperan y están dispuestos a dar, la responsabilidad emocional queda de por sí cumplida. ¿Por qué? Porque si cada uno sabe con claridad lo que el otro necesita y está listo para ofrecer será, cada día, libre de tomar la decisión de continuar o de abandonar esa relación. Y brindar esa libertad, desde la más completa sinceridad, es sin dudas ser emocionalmente maduro y responsable.
Creo, humildemente, que el problema surge cuando este concepto su utiliza para cubrir las carencias emocionales que una de las partes tiene. Y, generalmente, la otra parte hará de cuenta que no comprende lo que está sucediendo y querrá creer que de verdad la están cuidando y protegiendo, cuando en realidad es un simple juego de palabras que no hace más que encubrir lo que pretende ser una total y absoluta impunidad afectiva. ¿Para qué? Para poder manejarse con toda libertad, y sin ningún tipo de compromiso, aun sabiendo que la otra parte sí está comprometida emocionalmente aunque haya aceptado este acuerdo, en algún punto implícito.
Entonces este discurso de que “yo no puedo comprometerme porque te quiero cuidar y no estoy listo ahora y mi responsabilidad emocional no me lo permite”, pero tampoco me alejo, y sigo dando señales, y te sigo buscando, y al mismo tiempo sigo con mi vida por otro lado como si esa persona a la que estoy “cuidando” no existiera no es más que un teatro que oculta una incapacidad afectiva de quien se esconde detrás de un concepto que, en estos casos, queda totalmente vacío de contenido.
Cada uno de nosotros es libre de elegir qué quiere vivir, cómo y con quién hacerlo. Y nadie debería juzgar si alguien es feliz jugando este papel de querer creer que le importa a alguien que, en realidad, sólo piensa en su propia vida y en él mismo y se acuerda de la otra persona, que bien sabe que sí está afectivamente involucrada, cuando le sobra algo de tiempo. O, por qué no, cuando necesita estar con alguien a quien de verdad sabe que le importa. Porque ocultarse tras una fachada de no tener sentimientos profundos es, generalmente, una muestra de tenerlos y sentir mucho miedo de dejarlos aflorar. Quizás esa persona que se escuda en la responsabilidad afectiva tiene tantas ganas como la otra parte de jugarse todo y abrirse, sólo que no tiene la valentía suficiente para animarse. Sin embargo, si los vemos, siempre serán ellos los que darán la imagen de fortaleza y autosuficiencia. ¿Irónico, no es cierto?
Entonces, cada uno de nosotros somos plenamente libres de elegir qué historia vivir, qué creer y qué no. Pero seamos conscientes de que hay simulacros demasiado evidentes en los que no nos podemos permitir caer. Si vamos a seguir adelante, disfrutemos a pleno, pero sabiendo a qué estamos jugando. Y sepamos que no habrá lugar para tristezas, ni lágrimas, ni reproches, ni arrepentimientos porque alguien nos advirtió, con “total sinceridad” desde un primer momento que su responsabilidad afectiva no le permitía que entrásemos a su vida como algo más que un rato, sin importar los momentos compartidos, las palabras que pronunciara o las señales que diese después. La advertencia estaba dada y nosotros la aceptamos.
Entendamos de una vez y para siempre que tenemos tanto derecho como la otra persona a poner las reglas del juego, y no simplemente somos quienes debemos acatarlas. Decidamos. A veces es mejor no iniciar algo si sabemos, muy en nuestro interior, que vamos a terminar sufriendo por lo que no va a ser. Y eso es tener responsabilidad emocional para con nosotros mismos. Que, en definitiva, es lo más importante de todo.
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