A veces los días pasan por delante de nuestros ojos, y simplemente observamos cómo los hechos, las vivencias, los momentos se suceden uno tras otro sin darles en realidad la trascendencia que la mayoría de ellos merecen. Nos acostumbramos a la vorágine, a los tiempos breves, a las conversaciones cada vez más acotadas. Y no nos damos cuenta de que en ese camino estamos abandonando lo más importante que tenemos.
Mi historia tal vez no sea muy diferente de la de muchos de ustedes, pero sí considero que en mi vida esos momentos y esas personas de las que quiero hablar tienen una relevancia muchísimo mayor de la que pueda describir con palabras. Y es por eso que en medio de una etapa de incertidumbre, de angustia, de la tristeza más profunda que sin ninguna duda atravesé en mi vida, son ellas las responsables de que haya de alguna forma encontrado la fuerza para seguir.
Mi vida tuvo una época de un exilio físico y sobre todo emocional que me mantuvo alejada de todo lo que para mí había sido, hasta ese día, esencial. De todo lo que representaba mi mundo, que eran mis afectos. Mis afectos de toda mi vida. Esos que tenemos desde chicos, que conocemos de adolescentes e incluso aquellos que nos sorprenden cuando ya casi adultos creemos que nuestro círculo de personas favoritas se encuentra completo, y nos hacen entender que todavía había un lugar de privilegio guardado esperando a alguien más.
Y es con ellos con quien tengo incontables anécdotas compartidas. De esas que, por suerte, cuando alguien no las recuerda, siempre está la voz de alguien más para revivirla. Y hubo momentos de profundo dolor compartido que con abrazos o palabras pudieron ser soportables. Y tenemos charlas interminables, que se convirtieron en amaneceres que nos sorprendieron sin que siquiera nos hubiésemos dado cuenta de que las horas habían pasado. Y hay risas y miradas cómplices que sólo nosotros somos capaces de comprender y que nos llenan el alma no sólo al vivirlas, sino también al recordarlas.
Entonces, cuando pasa por mi mente el tesoro invaluable que tengo en mis Amigos de la vida, que hoy son Familia por vida compartida y sobre todo por elección, me pregunto si somos realmente conscientes de lo que tenemos. Si de verdad damos a este milagro con que la vida nos sorprendió la importancia y el lugar que deberíamos.
No estoy segura de que sea posible transmitir a quien no vive algo similar lo que se siente, lo que se vive, lo que se disfruta.
Contar con Amistades tan reales y profundas significa sentirse más en casa que en nuestro propio hogar. Es saber que un solo abrazo o una sola mirada de ese Amigo podrán comenzar a sanar la herida que tenemos en carne viva. También es entender que cuando nada en nuestra mente está en orden, podemos tan sólo con una conversación empezar a colocar cada pieza en su lugar y de ahí en más continuar con nuestro camino.
Hoy, después de tantos años de Amistad de la mejor, tenemos infinitos recuerdos compartidos que son, sin la menor duda, nuestro patrimonio más preciado. Tenemos un baúl de los recuerdos lleno de noches de lluvia y de luna llena; de noches de música y noches de charlas mezcladas con lágrimas; de fiestas y de momentos de angustia compartidos. Todo es “nuestro”. Construimos, sin darnos cuenta, toda una vida que nos une, que nos hace por y para siempre inseparables.
Desde algún lugar, somos sólo uno. Existen instantes mágicos donde nos fundimos en risas interminables que nos colman de una felicidad tan inmensa como exclusiva y únicamente nuestra. Son esos momentos en los que nos miramos y, sin decir palabra, sabemos que tenemos un mundo de cuento donde nadie más puede entrar, donde nada nos puede suceder, donde cualquier dolor lo podemos transformar y donde somos más poderosos que cualquier situación adversa que pueda alcanzarnos.
Y después de nuestros últimos encuentros, pensé que tal vez no somos totalmente conscientes de lo afortunados que somos. Lo que tenemos no es habitual, no es fácil de conseguir, no es de este mundo en realidad.
Entonces, además de disfrutar de este maravilloso regalo que nos dio la vida, quiero que sepan que sin ustedes, no estaría acá. No hubiese sido capaz de llegar hasta el día de hoy, de superar las etapas tan difíciles que me tocó vivir, de seguir adelante cuando me quedé sin fuerza. Ustedes fueron y son mi bendición, mi pilar y mi todo. Sólo imagino un futuro donde sigamos sumando momentos compartidos, donde podamos envejecer juntos entre risas y más locuras, entre amor del mejor y abrazos que curan.
Y ojalá quienes lean esta historia de amistad, amor y agradecimiento puedan darse cuenta de que tienen amigos a quien dedicarles alguna frase que comience con las palabras “sin ustedes”.
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